Entrevista a Pino González, coordinadora de Médicos del Mundo en Haití, que reflexiona sobre el futuro de un país devastado
ÓSCAR GUTIÉRREZ - Madrid - 08/12/2010 Sufre, según su diagnóstico, el síndrome de Mafalda, una mezcla entre "rabia, impotencia y pena" ante la mirada de los haitianos y el reflejo en sus ojos de la brecha que separa al Norte del Sur. Pino González (Las Palmas de Gran Canaria, 1980) llegó a Haití el pasado 16 de enero, cuatro días después de que un seísmo de magnitud 7,3 hundiese el país en el penúltimo de sus dramas y redujese a escombros su capital, Puerto Príncipe. Desde esa fecha y hasta finales de noviembre, González, coordinadora de la misión sanitaria de Médicos del Mundo en la república antillana, ha "acompañado" a los haitianos en un camino de dolor por los efectos devastadores del terremoto, su desolación, desesperación y marginación; pero también ha estado con ellos ante la llegada del huracán Tomás, y la propagación de una epidemia desconocida para muchos y con visos de quedarse, el cólera."Ver la diferencia entre el Norte y el Sur plasmada en la gente me revuelve porque me parece injusto e innecesario". Esta 'Mafalda' de 30 años, formada en Enfermería y Cooperación al Desarrollo, tiene también motivos para estar "contenta": llegó a Haití para incorporarse a Médicos del Mundo Francia y 11 meses después, la sección española, con centro de operaciones en Petit Goâve (suroeste de Puerto Príncipe), cuenta con 15 personas expatriadas, y un gran equipo de sanitarios locales. De vuelta a Las Palmas, donde dirige la sede municipal de la ONG, y con su relevo ya en Petit Goâve -adonde no descarta regresar-, Pino González nos habla con admiración de esa "familia" de haitianos con la que trabajó el último año en un país admirablemente fuerte pese a todo y con vocación de seguir sus propios pasos.
Pregunta.- ¿Cómo están los haitianos once meses después del seísmo?
Respuesta.- A pesar del terremoto, las lluvias de verano, vivir en campamentos y, ahora, el cólera, que era lo único que les faltaba, nos sorprende muchísimo, seguro que por nuestra forma de ser, la fuerza que tienen y la capacidad para levantarse una y otra vez. Es un pueblo muy fuerte que se ha tenido que unir para salir adelante. También han sufrido dictaduras durante unas tres décadas y eso hace que se hayan sabido mover por sí mismos y no tener que contar demasiado con las ayudas más formales.
P.- La presencia de las ONG en el país es enorme. ¿Cómo le tratan los haitianos?
R.- Estamos en una situación privilegiada porque Médicos del Mundo Canadá y Francia llevaban varias décadas en la capital [Puerto Príncipe] y la sección suiza, unos 10 años en Petit Goâve, que es donde nosotros hemos estado. Además, ser sanitarios nos pone en un lugar mejor que al resto. Nuestra actividad es muy visible, la gente que viene a los hospitales y dispensarios nos ven todos los días y nos sentimos bien acogidos y tratados.
P.- Los trabajadores humanitarios son testigos privilegiados de lo que ocurre en Haití y habéis visto cómo su enfado ha ido creciendo. ¿Hacia quién dirigen su ira?
R.- No tienen demasiada confianza en sus gobernantes y se acaban buscando la vida por sí mismos porque no ven una respuesta demasiado evidente. Confían en nosotros, en las organizaciones, y nuestro rol es el de apoyar, acompañar y hacerles la vida más fácil en la salud. Pero nunca vamos a poder, ni es nuestra intención, sustituir a un Ministerio de Salud o una dirección regional. Nos toca llevarnos una parte mala porque siempre nos van a responsabilizar de lo que suceda.
P.- ¿Percibisteis el malestar que derivó en protestas contra la misión de la ONU?
R.- Sí se sentía, incluso durante el Mundial de fútbol de Sudáfrica. Hay bases militares de distintas nacionalidades y ya se oían algunos comentarios.
P.- ¿Qué tipo de comentarios?
R.- Se alegraban de que hubieran perdido los brasileños o los argentinos, que además eran sus grandes favoritos. Probablemente tiene que ver con ese sentimiento de no sentirse colonizados, quieren ser ellos por sí mismos los que salgan adelante y no les gusta que haya esa presencia de fuerzas extranjeras.
P.- ¿Su malestar puede empeorar?
R.- Debemos distinguir entre la gente que vive en campamentos, unos 1,3 millones de habitantes de ocho millones que tiene el país, y la que no. La que vive en campamentos se la ve claramente enfadada. Están en una situación muy precaria y no saben hasta cuándo. Si pasase en España sabrías que en dos semanas te acogerían tus familiares, pero allí no lo saben. Y muchos de ellos ya vivían en chabolas de metal. Están hartos y con toda la razón del mundo. Pero es alucinante la forma en que se mantienen y tiran para delante. El resto de la población está más calmada y expectante. Siguen las manifestaciones, pero no les notas enfadados, siguen su vida normal. Hay mucha diferencia entre los que están en tiendas y los que no.
P.- ¿Se podría haber gestionado mejor la ayuda que ha llegado a Haití?
R.- Es difícil criticar a gente que viene con buena voluntad y es poco justo cuando no conoces al detalle lo que ha hecho cada uno. A veces hay personas y organizaciones que no trabajan tanto en estar mano a mano con ellos, cuáles son sus necesidades, acompañarlos y apoyarlos. Es gente que llega en paracaídas y se creen que lo saben todo nada más llegar y se ponen a intervenir según los manuales: si hay un terremoto va a haber mujeres violadas, etc. Y meten su proyecto con calzador si hace falta. La autocrítica es muy importante en este trabajo.
P.- Médicos Sin Frontera ha denunciado la lentitud de las agencias humanitarias...
R.- Muchas veces nos perdemos en trámites burocráticos que es necesario cumplir para poder hacer distintas actuaciones. Para la cantidad de gente trabajando en el país, la evolución es lenta, pero muchas veces no depende de nosotros. Nos ha pasado con el cólera. Cuando empezó, pedimos apoyo, vinieron recursos humanos, teníamos todo listo para montar una centro de tratamiento, pero si las autoridades no nos daban un terreno no podíamos hacer nada. Si no tienes su colaboración difícilmente vas a poder sacar adelante tú solo el proyecto. Hay muchos escritos, informes que hacer y, a veces, hay que aparcar eso un poco, estar con la gente y no quedarte cegado en el ordenador.
P.- ¿Es Haití una república de ONG como ha expresado algún diario español?
R.- Incluso en el programa de alguno de los candidatos a la Presidencia viene un comentario de este tipo. Y da lástima. A lo largo del año, leyendo los periódicos de allí me da mucha rabia ver tanta crítica a nuestro trabajo porque no creo que se deba a la falta de recursos por nuestra parte sino a la falta de respuesta para poder avanzar más. Ver críticas de ese tipo cuando inviertes meses de tu vida en echar una mano a otra gente es muy molesto.
P.- ¿Se puede reducir la presencia de ONG en Haití?
R.- Es difícil hacer ese análisis. Hay un número bastante elevado de organizaciones en el país, sobre todo, en Puerto Príncipe. Si, por ejemplo, saliésemos del país mañana alguna de las cuatro organizaciones que trabajamos en el hospital de Petit Goâve se vería muy afectada la salud de la gente por la ausencia del Ministerio de Salud y del Estado. Trabajamos buscando la sostenibilidad de tus acciones, pero este año, al darnos cuenta de que estamos un poco solos, hemos tratado de reforzar la formación, la educación en salud para que la gente sepa prevenir. El papel de la ayuda humanitaria es bastante relevante en el acceso al agua, el saneamiento, las tiendas donde duermen... La salida de organizaciones tendría un impacto negativo.
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