lunes, 22 de marzo de 2010

La ayuda humanitaria bajo la lupa

El tsunami de 2004 que afectó a India y, más recientemente, el terremoto que devastó Haití en enero pasado, reavivaron el debate sobre las modalidades de respuesta humanitaria internacional y los procesos de reconstrucción de los pueblos. ¿Acción humanitaria o injerencia económica y política?
>Bhubaneswar, capital del estado de Orissa (noreste de India), 24 de enero de 2010. Pasando rápidamente de puesto en puesto en la gran exposición nacional anual de artesanos, las parejas contemplan o compran las telas y los saris producidos en los estados de la península. A la entrada de la vasta zona que ocupa el mercado, dos hombres despliegan una pancarta y un tercero reparte volantes. “The people of Haiti needs your help” (1), puede leerse bajo el logo de la organización no gubernamental (ONG) Ananda Marga Universal Relief Team (Amurt), fundada en 1965.¿Cómo fue que la compasión por el drama haitiano llegó a las costas del Golfo de Bengala, a este inmenso país, tan alejado, tan diferente? Ocurre que ambas zonas tienen al menos un punto en común: el de pertenecer a regiones particularmente expuestas a las catástrofes naturales. En efecto, como Haití en 2008, Orissa padeció durante estas últimas décadas poderosos ciclones. El primero, el 28 de octubre de 1971, afectó a 6.000.000 de personas y mató a 6.000; el segundo, el 29 de octubre de 1999, provocó más de 10.000 muertos.

En 2004, India, golpeada por el tsunami y con un balance de 16.000 víctimas, rechazó la ayuda exterior, incluida la visita al lugar del entonces secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annan. Ya en 1999, Médicos Sin Fronteras (MSF) había tenido que negociar ásperamente para lograr que aterrizara un avión cargado con treinta toneladas de material en el aeropuerto de Bhubaneswar. Nueva Delhi aducía que la pista no estaba oficialmente habilitada para recibir vuelos internacionales. Una vez en tierra, los equipos tardaron varios días en organizar su sistema de logística y distribución, un retraso que enseguida impresionó a los medios locales. La ayuda humanitaria no goza de muy buena prensa en este país.
Tras el terremoto que azotó a Haití el 12 de enero pasado, la respuesta internacional, proporcionada con urgencia, despertó varios cuestionamientos (2): sobre el colapso del gobierno de Puerto Príncipe; la hegemonía de Estados Unidos y el sentimiento de pérdida de soberanía por parte del Estado haitiano; la preeminencia de la intervención de militares extranjeros –sobre todo estadounidenses–, que a veces relega la eficacia de los socorristas a un segundo plano; la ostentosa exhibición de ciertas ONG codo a codo con las fuerzas armadas. Incluso llamaron la atención las expeditivas técnicas quirúrgicas que se emplearon a veces (3).
En Francia, una nueva modalidad de convocatoria para la donación, a través de la Fundación de Francia, renovó la connivencia que se había tejido entre periodistas y asociaciones humanitarias durante el tsunami, lo cual reforzó el “protocolo compasivo” que los une. El precio, sin embargo, fue una exhibición de cadáveres en todos los canales de televisión que alcanzó niveles inigualables de impudicia y falta de respeto.
Aunque de naturaleza diferente, el seísmo en Haití y el tsunami en India tienen en común la amplitud del fenómeno natural, su carácter masivo y devastador y los lazos entre el “adentro” y el “afuera”. La resonancia internacional del maremoto en Asia se vio multiplicada por la presencia en el lugar de numerosos turistas extranjeros. La del terremoto en la pequeña isla caribeña lo fue por la envergadura de la comunidad humanitaria y de la ONU presente en el país (4), pero también por la importancia numérica de la diáspora haitiana presente en América del Norte y Europa. A ello hay que agregar, en el caso de Francia, los lazos culturales e históricos, así como la proximidad geográfica de las Antillas francesas.
Ocho días después del seísmo, la población de Estados Unidos había hecho donaciones por un valor de 132 millones de euros, y un teletón conducido por el actor George Clooney reunió unos días después 41 millones de euros. Hasta el Fondo Monetario Internacional (FMI) decidió pagar 81 millones de euros. Francia no se quedó atrás en la amplitud de las donaciones privadas. No obstante, la generosidad fue tan fuerte como efímera: duró tanto como la cobertura mediática. Para el 1 de febrero, el lanzamiento de la campaña para las elecciones regionales había relegado a un lejano lugar el tratamiento de la situación en Haití, que seguía siendo abordada, aunque en pequeña medida, por algunos lamentables casos de intento de “repatriación” de niños en condiciones que recuerdan a las locuras del Arca de Zoé, en Chad, en 2007 (5).
Por su parte, el gobierno francés aceptó el principio de una regularización excepcional para los haitianos presentes en el territorio nacional mientras, al mismo tiempo, perseguía a los refugiados afganos que circulaban por las playas de Calais en tránsito hacia Gran Bretaña.
Métodos anacrónicos 
Así es como los medios financieros acuden a la cita. Se habla de una cifra global de 14.000 millones de euros de ayuda. Pero atención: luego de la injerencia humanitaria tácitamente aceptada en nombre de la eficacia y la urgencia, ¿se adivina otra injerencia, política y económica, así como el ejercicio de una dominación indiscutida de Estados Unidos en la reconstrucción? ¿Las asociaciones internacionales serán capaces de pensar su intervención por fuera del modelo del que han surgido? Un modelo nacido en los países occidentales, que sirve de vehículo para financiamientos (6), modos de organización y modalidades operativas influenciadas por los marcos de referencia vigentes en sus países de origen.
En cuanto a la salud, su enfoque privilegia la capacidad de reacción rápida –como la del Sistema de Atención Médica de Emergencia (SAME)– y la reconstrucción de las estructuras sanitarias destruidas antes que el refuerzo de las capacidades de las comunidades humanas, en un país –Haití– donde el 78% de la población vive con menos de 2 dólares por día. En el fondo, la apuesta es la misma que para la reconstrucción global del país: un enfoque descendiente en el cual se espera que los miles de millones inyectados terminen “penetrando” y llegando a las personas más humildes. Ahora bien: desde 2004, la ayuda financiera y el despliegue masivo de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (Minustah) no provocaron cambios notables en la gran mayoría de la población.
Del otro lado del mundo, las declaraciones de los responsables de la asociación india Voluntary Health Association of India (VHAI) son explícitas: “Las crisis afectan de modo diferente a las poblaciones según su estatus económico y social. Lamentablemente muy pocas intervenciones se piensan y se organizan para responder a las necesidades específicas de las diferentes categorías de personas afectadas. Debido a la ausencia de consulta regular y sistemática de la gente perjudicada, las organizaciones de ayuda raramente se ven en la obligación o en condiciones de rendir cuentas a aquellos a quienes aportan su ayuda inmediata y sus proyectos de reconstrucción”.
Cuando se hayan enterrado los muertos y se los haya llorado, cuando se hayan curado los heridos y organizado la limpieza en Haití, las ONG internacionales deberán extraer las enseñanzas que este acontecimiento puede ofrecerles en cuanto a los fundamentos de sus acciones : eficacia, imparcialidad, independencia. Las decisiones estratégicas venideras remiten a un debate que se impone: el de su apertura real a actores humanitarios salidos de otros modelos y, por eso mismo, capaces de aportar respuestas diferentes.
Hoy el esquema vigente expresa sus límites en términos de credibilidad. Se ha vuelto anacrónico teniendo en cuenta las evoluciones internacionales de las últimas décadas; debe adaptarse. Sin caer en un culturalismo caricaturesco y peligroso, debería “desoccidentalizarse” para salir de una situación de monopolio. Es decir, salir de la lógica de los intereses de las grandes potencias occidentales, para quienes a veces funciona como un explorador oculto o como un barrendero. Por lo tanto, debe reafirmar de una vez y para siempre, e imperativamente, su carácter “no” gubernamental. Esto no significa renegar ni travestirse, sino constituir una mixtura de personas y saberes libremente consentida por las poblaciones locales y por los actores de la solidaridad internacional en su diversidad. Ello implica buscar socios y aliados, recursos humanos, financieros y técnicos allí donde se encuentren: en países como India, Sudáfrica, Brasil y muchos otros existen tales potencialidades.
Dos ejes centrales
En el distrito de Jagatsinghpur, uno de los más afectados por el ciclón de 1999, la fase de reconstrucción fue confiada a ONG indias. Una vez concluida la fase de urgencia (con serias insuficiencias por parte de las autoridades), el trabajo llevado a cabo por esas organizaciones se desarrolló sobre dos ejes principales: la prevención y el refuerzo de los recursos endógenos.
En lo que respecta a la prevención, se puso el acento en el mejoramiento de la preparación y la organización de las comunidades aldeanas: sensibilización de los habitantes a la vigilancia de los boletines meteorológicos; constitución en cada hogar de reservas renovadas de agua potable y alimentos de conserva; cuidado de los documentos administrativos y legales de cada familia; distribución de botiquines de primeros auxilios para la desinfección de heridas; censo regular de mujeres embarazadas y niños para evacuar en caso de alerta; organizaciones por distrito de planes de reagrupamiento que hacen converger la población de cada pueblo en un edificio seguro –construido después de 1999– y llamado a servir como vivienda transitoria o refugio en caso de una alarma seria.
El refuerzo de los recursos de las familias pasó por el auge del microcrédito y la implementación de pequeños emprendimientos o cooperativas de producción artesanal. Las estrategias elaboradas incluyen un trabajo sobre los circuitos de comercialización. Se trata, pues, de un modelo que considera que el refuerzo comunitario y los factores socioeconómicos son primordiales en las capacidades de reacción y de regeneración de los pueblos expuestos a acontecimientos climáticos violentos y recurrentes.
Para VHAI, “es condición previa a cualquier programa la participación efectiva de la comunidad. No obstante, la puesta en marcha de acciones que buscan la autosuficiencia es poco frecuente. Los escenarios de respuesta a un desastre ponen por lo general en escena a organizaciones humanitarias que acuden al lugar con el material de socorro. A menudo están en una carrera contra el tiempo que tiene en cuenta antes que nada sus propias prioridades y sus limitaciones organizacionales. En la mayoría de los casos, las competencias y los recursos locales son ignorados y reemplazados por servicios aportados desde el exterior”.
Afirmar que la primera de las solidaridades reside en una ayuda local prodigada por la familia, los vecinos, las autoridades locales, equivale de hecho a trabajar en tres direcciones: romper la lógica victimaria de la población afectada por una catástrofe y reconocer su papel primordial, incluso en la miseria; reafirmar el lugar de un Estado de Derecho, es decir posicionarse como una organización no gubernamental y no antigubernamental; por último, buscar nuevas alianzas y prácticas que no se encierren en un único esquema de acción cuya percepción parece cada vez más negativa en numerosos países tan lejanos como India, debido a la complejidad de las intervenciones humanitarias y militares retransmitidas por los medios de comunicación de todos los continentes.
¿Tendrán las ONG internacionales ese tipo de inteligencia adaptativa frente a las nuevas realidades de los equilibrios mundiales? ¿Estarán convencidas de una necesaria descentralización? Su respuesta a estas preguntas condiciona la dinámica futura del movimiento y su eficacia a largo plazo. En el fondo, tanto en Haití como en otras partes se plantea la misma pregunta: ¿asumirán las ONG la postura de que es importante actuar en cualquier circunstancia para devolverle un país a su población?
Pierre Micheletti. Profesor adjunto en el Instituto de Estudios Políticos (IEP) de Grenoble, ex presidente de Médicos del Mundo (Francia), autor de Humanitaire: s’adapter ou renoncer, Marabout, París, 2008.
Fuente: Traducción: Mariana Saúl
Notas:
1 “La población de Haití necesita su ayuda”. 
2 Christophe Wargny, “Haití, la tectónica de la miseria”, Le Monde diplomatique, ed. Cono Sur, Buenos Aires, febrero de 2010.

3 Annick Cojean, “En Haïti, les médecins face au dilemme de l’amputation”, Le Monde, París, 30-1-10.

4 La Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (Minustah) fue desplegada en 2004, en virtud de la Resolución Nº 1.542 del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (30 de abril). Compuesta por 7.000 militares (de 18 nacionalidades, bajo comando brasileño) y casi 2.000 civiles, la Minustah se vio reforzada por 3.500 hombres después del terremoto.

5 Michel Galy, “Affaire de l’Arche de Zoé, l’onde de choc”, Manière de voir, N° 108, número especial sobre África, diciembre de 2009-enero de 2010.

6 Global Humanitarian Assistance (GHA) publicó el informe “Public support for humanitarian crises through NGOs” (actualizado hasta febrero de 2009), el cual describe la proveniencia del financiamiento de las acciones de urgencia de ayuda humanitaria internacional. GHA reunió la información financiera de 114 oficinas de las 19 ONG humanitarias más grandes, todas originarias de naciones miembros del Comité de Ayuda al Desarrollo, es decir de países occidentales. Sus fondos privados representan entre el 75% y el 80% del conjunto de los fondos privados de todas las ONG del mundo, www.globalhumanitarianassistance.org 

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