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| A raíz del terremoto de Haití las autoridades de los Estados Unidos, un país que atraviesa la peor crisis económica de los tiempos recientes, han sido muy claras en que no aceptarán inmigraciones masivas de refugiados haitianos a su territorio. Una de las soluciones que se ha propuesto para lidiar con las secuelas del terremoto, ha sido la de crear campamentos de refugiados a todo lo largo del territorio haitiano.
Una parte de mi carrera como médico y psiquiatra ha sido dedicada a ayudar a los inmigrantes, refugiados y víctimas de guerras y desastres naturales. Por lo tanto, quisiera compartir con ustedes y con las autoridades de mi país algunas de las experiencias alcanzadas a lo largo de más de veinte años de ejercicio profesional.
El tema central a tomar en cuenta es que los campamentos de refugiados deben ser una solución temporal a un problema catastrófico. Al situar personas en campamentos de refugiados, se debe comenzar inmediatamente a planificar soluciones para reincorporar a estas personas a sus trabajos y a sus comunidades. De lo contrario, se corre el peligro de crear receptáculos de olvido y de desesperanza, así como antros de hacinamiento. Cuando los refugiados se dejan en el olvido, se desmoronan las estructuras sociales y se pierde la moral.
El vacío dejado por la ausencia de esas estructuras es reemplazado por la mentalidad de la turba y de la anarquía, a través de las cuales se suspenden el raciocinio y la autocrítica y se llega rápidamente al caos. En esas situaciones, la individualidad de la persona se pierde dentro del anonimato de las masas, las cuales son motivadas por los instintos más bajos del ser humano y gravitan, inevitablemente, hacia la violencia y la destrucción.
Cuando no se tienen en cuenta metas claras para los refugiados, también se corre el peligro de crear arrabales permanentes, donde predomina lo que el antropólogo Oscar Lewis denominó “La cultura de la miseria”. Las personas que viven en la cultura de la miseria se rigen por la “desesperanza aprendida” y sus vidas transcurren pasivamente dentro esa miseria, sin dirección fija, sin iniciativa y sin propósito en la vida, como si esas vidas, tristemente carentes de significado, fuesen arrastradas por las mareas.
Un ejemplo claro de este fenómeno fueron los arrabales que se crearon en las viviendas que pertenecieron a la familia Trujillo y de sus allegados, durante los años que siguieron a aquel 30 de Mayo. Las historias de esas personas, que se hacinan indefinidamente en esos arrabales, frecuentemente culminan al ser desalojadas a la fuerza por las autoridades, solo para volver a encontrar otro lugar donde hacinarse de nuevo.
También es importante tomar en cuenta que cuando se coloca a personas jóvenes en campos de refugiados y estas personas jóvenes se ven atrapadas, sin futuro y sin oportunidades en la vida, los campamentos se convierten en escuelas para la delincuencia profesional, así como también en terreno fértil para las ideologías políticas radicales. Estos jóvenes, quienes ven sus sueños tronchados y sus vidas convertidas en callejones sin salida, frecuentemente adoptan una actitud de desafío ante la sociedad, a la cual perciben como culpable de negarle las oportunidades que se merecen.
Esta actitud de desesperación muchas veces los lleva a identificarse con ideologías políticas extremistas que prometen soluciones radicales, abogando por el uso de la destrucción y la violencia. Como ejemplo de esto sólo nos cabe recordar la historia reciente de los campos de refugiados palestinos en los países del Oriente Medio.
Si esas ideologías políticas extremistas llegasen a tomar fuerzas en Haití, pudiesen amenazar el medio siglo de democracia dominicana, lograda con tanto esfuerzo y sacrificio, que a pesar de los problemas inherentes de un país con recursos limitados, sirven como ejemplo cívico a seguir a todos los demás países de la América Latina.
Al formar los campamentos de refugiados, es importante tener en cuenta los siguientes parámetros:
Se deben separar a las familias con niños y poner a estas en campamentos designados específicamente para tales poblaciones. Los campamentos se deben depurar constantemente de delincuentes y malhechores, y colocar a estos individuos antisociales en lugares especialmente designados, bajo el control y vigilancia de las autoridades. Se deben proveer escuelas y actividades para los niños y adolescentes, así como actividades comunitarias para las madres, a través de las cuales puedan contribuir al bienestar de la comunidad de refugiados. Se deben crear fuentes de empleo adyacentes a los campamentos, así como programas de capacitación para los hombres y mujeres adultas. Se debe proteger la integridad familiar en todo momento manteniendo juntos a los miembros de núcleos familiares y apareando a niños huérfanos y abandonados con familiares cercanos o con mujeres solas, previamente escogidas, que sean capaces y estén dispuestas a desempeñar funciones maternales.
Se deben mantener niveles de higiene y proveer servicios médicos y de salud a estas poblaciones, con el propósito de evitar muertes, enfermedades y brotes epidémicos. Se les debe proveer a los refugiados la oportunidad de asistir a servicios religiosos y se deben crear programas sociales y de recreación, tales como periódicos y boletines, entretenimiento musical y equipos deportivos, con el propósito de disminuir los niveles de stress, evitar el aislamiento y promover los contactos sociales que son necesarios para el funcionamiento normal de cualquier ser humano.
La muestra de solidaridad del pueblo dominicano hacia Haití ha sido un ejemplo de civismo para el mundo entero. Con ese ejemplo, el pueblo dominicano ha dado testimonio de su fe en los principios humanistas que dictan que cuando se permite la degradación de un solo ser humano, nos degradamos al mismo tiempo, todos los seres humanos.
La estabilidad política y económica de República Dominicana será afectada en el futuro cercano por los resultados del proceso de la recuperación de Haití. Por eso, se convierte en el deber de todos los dominicanos, asegurar que esa recuperación se lleve a cabo exitosamente y que el compromiso con Haití no se olvide ni se abandone prematuramente. Pero sobre todo, se convierte en la responsabilidad de las autoridades dominicanas el mantener una vigilancia estrecha y responsabilizar a todas aquellas fuerzas internacionales, económicas y políticas, a que lleven a cabo hasta el final y conviertan en una realidad las promesas del proceso de reconstrucción.
El autor es profesor titular de Psiquiatría y Salud Pública en la Escuela de Medicina de Florida International University. |
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