"Ocurra lo que ocurra, aún en el día más borrascoso las horas y tiempo pasan" William Shakespeare
La mayoría de las cámaras de televisión ya se retiraron de Haití y la información sobre este sufrido país se hace cada vez más escasa, pues su desgracia ya no constituye noticia para estos medios cada vez más deshumanizados por la globalización informativa. Pero el sufrimiento del pueblo, al igual como su indomable coraje sigue latente, así como lo demostraron los estudiantes y profesores de la escuela de música Sainte Trinité cuando llevaron su arte a un campamento de refugiados, superando el dolor por la perdida de sus compañeros y la destrucción de su local, durante el terremoto.
Decía Richard Wagner que "donde termina la palabra comienza la música". Unos 250 mil muertos, 300 mil heridos, un millón de desamparados y la capital en ruinas hacen perder el sentido de las palabras más sinceras, o las enmudecen mientras la música arrulla el espíritu roto, despierta la esperanza de un nuevo amanecer y da valor a la gente para sobrevivir.Por eso los tambores y los cantos se escuchan cada noche en los campamentos de refugiados para tener el valor de seguir adelante afrontando la incertidumbre del futuro marcado por calamidades pasadas.
Y no es para menos. La temporada seca ya acaba y a mediados de marzo vienen las lluvias y los huracanes que pueden destruir las pocas pertenencias de los que se quedaron sin techo, y aumentaría el peligro de epidemias. Las promesas del gobierno de trasladar a los desamparados al interior del país nadie las toma en serio, saben que no hay recursos ni capacidad para organizar la ayuda que está llegando de todas partes y que frecuentemente se pierden sin dejar rastro. Los países más poderosos pertenecientes al G-7 prometen perdonar la deuda, pero no dicen cuál de ellas. Un 40 por ciento de la deuda está en propiedad del Banco Mundial, el otro 40 % es con el Banco Interamericano de Desarrollo, y un 10 % es con el Fondo Monetario Internacional. Precisamente fueron ellos los que impusieron la "terapia de choque" y el modelo neoliberal a cambio de préstamos que convirtieron a Haití en un país mendigo.
Primero, los colonizadores franceses destruyeron los bosques de Haití para plantar caña de azúcar. Después, los curas católicos percibieron que la veneración a la naturaleza, en especial a los árboles, por la mayoría del pueblo, que pertenecía a la religión Vudú, era la adoración del diablo. Los árboles para los misioneros eran la "casa del diablo", y en su cruzada contra el Vudú hacían juntar a las comunidades y en su presencia, con el apoyo del ejército talaban los árboles más venerados y grandes como el roble, ceiba, pendantra y otros que posteriormente se convertían en mercadería para exportación.
Actualmente este país en bancarrota y devastado por el terremoto no necesita a los soldados norteamericanos o los de la ONU, ni promesas de préstamos sino una ayuda concreta como llevarán los países del ALBA dando apoyo financiero a través del Fondo Humanitario a las áreas de salud, educación, agricultura, transporte, energía, construcción y reforestación. Su consigna es no permitir a los globalizadores retornar a Haití al pasado sino enrumbarlo al futuro digno y soberano.
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