jueves, 4 de marzo de 2010

Haiti construccion u olvido



El primer reto son las palabras: Haití no se puede reconstruir porque nunca estuvo construido. Puerto Príncipe es una zona de guerra en la que brota una nueva vida vestida con la miseria de siempre. Tras sortear unos obstáculos logísticos mayúsculos, la ayuda humanitaria comienza a fluir casi dos meses después del terremoto . Es sólo el principio de años de esfuerzo e inversión para que este país deje de ser el más pobre de América.
“Nos enfrentamos a varias emergencias simultáneas. Además de distribuir comida y agua es urgente dar cobijo a más de un millón de personas sin techo, limpiar el alcantarillado para evitar las inundaciones y construir un nuevo Puerto Príncipe a prueba de terremotos y huracanes. El desafío para la comunidad internacional es formidable. Mucho mayor que el tsunami”, asegura Kim Bolduc, número dos de la misión de la ONU en Haití y único alto cargo superviviente en la tragedia.

El Banco Interamericano de Desarrollo cifra las necesidades entre 10.000 y 15.000 millones de dólares, más del doble que lo destinado en el huracán Mitch. Mal asunto en tiempos de crisis económica mundial y cuando otras desgracias, como el terremoto de Chile, reclaman la atención mundial.
Haití necesita algo más que dinero, necesita un Estado. Éste se limita a un listado de cargos que carecen de poder real para gestionar la cosa pública, y menos aún una crisis de estas dimensiones. “Es la gran oportunidad de Haití. Por responsabilidad espero que la respuesta no se quede en un maquillaje. Necesitamos a alguien con visión, que señale las prioridades y ese alguien no puede ser otro que el Gobierno haitiano”, dice Bolduc.
Otro problema porque ese Ejecutivo trabaja en una comisaría de policía al lado de las instalaciones del aeropuerto y de la base de la ONU. Aunque promete un plan director en semanas, que señale las prioridades, en las reuniones con los organismos internacionales, el presidente René Préval y su primer ministro, Jean Max Bellerive, sólo escuchan, nadie toma notas, según reveló un ato cargo internacional presente. El terremoto ha destruido el palacio presidencial, el de justicia y la sede de recaudación de impuestos. El 90% de las sedes ministeriales están dañadas o hundidas. “Estamos ante una situación clara de construcción de un Estado”, dice el alto cargo.
En la calle nadie espera milagros. Cada uno está acostumbrado a sobrevivir en medio de la nada. Es la vida que tocó. La clase pudiente, la mayoría mulatos, vive en EE UU con sus fortunas a salvo. Todo el que tuvo oportunidad de escapar, huyó o está muerto. El terremoto también destruyó las universidades y edificios emblemáticos de la cultura haitiana, como el colegio de San Luis Gonzaga. “No podemos partir de cero, venimos de menos 10″, aseguran en el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. Esta organización ha puesto a trabajar a 35.000 de personas en la limpieza los escombros. El objetivo es resucitar la economía local.
El otro problema es de financiación. Los Estados comprometen cifras y las publicitan ante sus opiniones públicas pero después son lentos en la entrega de los fondos. Bolduc destaca que a corto plazo mucha de la financiación ha llegado de manos privadas: particulares y empresas.
La carretera que une el puesto fronterizo de Jimani con Puerto Príncipe se está desmoronando. No está preparada para soportar el tráfico de camiones. El lago Azuei que la bordea es un peligro dormido que despertará en las primeras lluvias de la temporada de huracanes (junio-noviembre). Esa lluvias son también una amenaza para los más de un millón de personas sin techo hacinadas en campamentos espontáneos. “La gente duerme, come y hace sus necesidades en el mismo espacio. Es un foco de epidemias”, dice Penélope Page, de Médico del Mundo.
Muchas casas de Puerto Príncipe están marcadas con una frase en rojo: “A demoler”. Es la sentencia. En algunas esquinas surgen otros carteles: “We need help”.
“No sé cuál será la reacción cuando las lluvias arrastren sus cabañas, pero creo que vamos a tener un problema grave”, dice el capitán John Fonseca, de la 82ª División Aerotransportada que tiene su sede en Carolina del Norte. En Haití no existe un problema de seguridad, más bien de orden público en las primeras distribuciones de alimentos. La gente está educada en no esperar nada y en comer lo que se puede, sea mango, arroz o plátano. Funciona la solidaridad dentro de la familia ampliada, más allá de los lazos de sangre. Pero todo eso no sirve para crear un Estado.
“En Nueva Orleans fracasó el Estado más poderoso de la tierra. ¿Cómo lo vamos a hacer en Haití?”, se pregunta el alto cargo. Bolduc sostiene que hay que crear en menos de dos meses campamentos capaces de resistir las lluvias fuera del corredor de la falla de Enriquillo-Plantain Garden.
“Nadie se va a mover de donde está, muchas veces al lado de los restos de su casa, hasta que vean que los campamentos están preparados y empiecen las inundaciones”, dice. El Gobierno no quiere crear instalaciones sanitarias fijas para evitar que Puerto Príncipe se convierta en una ciudad-chabola. “La construcción también debe ser política con más descentralización y poder en las regiones y ciudades. Históricamente todo se ha concentrado en Puerto Príncipe, población y Gobierno, por eso el terremoto ha sido tan devastador. Ha dejado al país sin nada”, añade Bolduc.

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