sábado, 20 de marzo de 2010

Un árbol para Haití I y II

ANDRÉS OPPENHEIMER

I 03/02/2010

Los presidentes, las estrellas de rock y los líderes empresariales de todo el mundo están prometiendo cientos de millones de dólares para la reconstrucción de Haití, pero están cometiendo un error potencialmente garrafal: concentrarse demasiado en los ladrillos, y demasiado poco en los árboles.
Caí en la cuenta de este problema durante una conversación con Carlos Morales Troncoso, el vicepresidente y ministro de Relaciones Exteriores de la República Dominicana, el país vecino de Haití. Después del terremoto del 12 de enero que causó más de 150,000 muertes en Haití, ningún otro país se ha visto más directamente afectado por la oleada de refugiados haitianos que la República Dominicana.
Morales Troncoso pasó por Miami a su regreso de una conferencia internacional celebrada en Montreal, Canadá, donde Estados Unidos, Francia y otra docena de países se reunieron para empezar a planear un programa de 10 años para la reconstrucción de Haití.
Y el canciller dominicano no estaba demasiado impresionado con lo que escuchó en esa reunión: se habló demasiado de reconstruir los edificios gubernamentales, las escuelas y los hospitales arrasados durante el terremoto, y demasiado poco de plantar árboles, señaló.
De nada sirve reconstruir la ciudad de Puerto Príncipe, o mudar la ciudad más al sur, si no reforestamos Haití, me dijo Morales Troncoso. ¿De dónde van a sacar agua? ¿Dónde van a cultivar? ¿De qué vale reconstruir un Haití sin árboles, sin capa vegetal?

Haití es desde hace mucho tiempo el país más pobre del hemisferio, en gran parte debido a la deforestación, me recordó. A principios del siglo XX, casi el 60% del territorio haitiano estaba cubierto de árboles. Pero desde entonces, los haitianos han talado casi el 99% de los árboles del país para usarlos como leña o carbón para cocinar.
Por carecer de árboles, el suelo haitiano ha perdido su capacidad de retener el agua, reduciendo drásticamente las reservas hídricas y la agricultura intensiva. Además, cuando llueve en las montañas haitianas, se producen inundaciones que dejan miles de víctimas en las ciudades, porque la tierra está tan erosionada que no retiene el agua que fluye ladera abajo.
Cuando uno vuela sobre Haití, en camino hacia la República Dominicana, es difícil no sorprenderse por la diferencia del paisaje en ambos países. Uno ve montañas desoladas cubiertas de viviendas precarias del lado haitiano de la frontera, y el paisaje se vuelve verde apenas el avión cruza la frontera con la República Dominicana.
Y, tras el terremoto, el problema de la deforestación en Haití se agravará, porque los cientos de miles de haitianos que huyeron de Puerto Príncipe hacia el interior del país en busca de comida y refugio talarán los pocos árboles que quedan, según dicen los expertos que están trabajando en Haití.
¿Qué se puede hacer? Los países donantes han tratado todo tipo de planes para reforestar Haití, sin demasiado éxito.
En la década de 1980, la Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos lanzó el Proje Pyebwa, que pagó a los campesinos haitianos para que plantaran 25 millones de árboles, y el Banco Mundial promovió planes igualmente ambiciosos más recientemente.
Sin embargo, por la pobreza, el caos político, la falta de protección gubernamental, y el constante crecimiento de la población, los haitianos siguieron talando muchos más árboles de los que plantaban.
Los expertos internacionales citan todo tipo de razones sociológicas, históricas y políticas para explicar por qué el paisaje de Haití parece un desierto, y el de la República Dominicana es mucho más verde. Pero Morales Troncoso me dijo que la explicación es mucho más simple: los gobiernos dominicanos empezaron a subsidiar los hornos y estufas de gas natural para los pobres hace casi 50 años, para que dejaran de usar leña o carbón para cocinar.
La primera medida de (el fallecido presidente Joaquín) Balaguer en 1966 fue cerrar todos los aserraderos y empezar a subsidiar cocinas de gas natural para los pobres, dijo. Haití necesita un plan masivo para darle estufas de gas natural a la gente, junto con un plan científico de reforestación.
En mi opinión, a nivel individual, sería bueno que cada uno de nosotros donara un árbol para Haití.
A nivel internacional, cuando Estados Unidos y otros donantes internacionales se reúnan en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York en marzo para lanzar formalmente el plan de 10 años para la reconstrucción de Haití, sería bueno que los países resistan la tentación de concentrarse en la reconstrucción de edificios.
Esa sería una solución cosmética al drama haitiano. Haití necesita tanto de árboles y de cocinas a gas, y quizás solares, como de ladrillos.
II 20/03/2010
Es cierto que sería irresponsable invertir cientos de millones de dólares para la reforestación de Haití antes de que los expertos resuelvan complejos problemas legales y técnicos. Pero también es cierto que si dejamos pasar más tiempo, el mundo se olvidará de la tragedia de Haití

Poco después del devastador terremoto de Haití, escribí que los cientos de millones de dólares prometidos por la comunidad internacional para la reconstrucción del país serían un malgasto de dinero si no eran acompañados por una campaña masiva de reforestación. Decía entonces que cada uno de nosotros debería donar un árbol para Haití.

Casi dos meses más tarde, estamos empezando a ver las primeras medidas concretas --aunque limitadas-- en ese sentido.

El 12 de marzo, la Organización para la Agricultura y Alimentación de las Naciones Unidas, con sede en Roma, lanzó una campaña llamada “Un árbol por cada niño de Haití”. La FAO, que aplaudió la idea cuando publiqué mi columna, está convocando a todo el mundo a donar al menos $5 para plantar un árbol frutal en un jardín de una escuela haitiana.

“Su donación paga por un árbol de palta, mango u otro fruto, por la plantación, una pequeña cantidad de fertilizante, el riego y el cuidado durante el primer año”, dice la campaña. Asegura que contribuirá a que las escuelas enseñen a los niños a cuidar el medio ambiente y, al mismo tiempo, proporcionará frutas para la alimentación de los escolares.

Simultáneamente, otras instituciones internacionales están estudiando diversas posibilidades, tales como pedir a los miembros de la diáspora haitiana o a los turistas extranjeros que cada uno done un árbol para Haití.

La deforestación ha sido una de las principales causantes de la pobreza de Haití. Los haitianos han talado alrededor del 98 por ciento de los árboles del país para usarlos como leña o carbón para cocinar. Eso ha erosionado el suelo, ha hecho que la tierra sea inservible para la agricultura y agotó las reservas de agua.

Al mismo tiempo, la deforestación está causando devastadoras inundaciones. Cuando hay lluvias torrenciales en las montañas de Haití, el agua corre hacia las aldeas cercanas sin que nada la absorba, o la detenga, y se producen inundaciones con numerosas víctimas.

¿Por qué no son más ambiciosos y piden árboles para más que los patios escolares?, le pregunté a tres funcionarios de alto nivel de la FAO en una conferencia telefónica. Dijeron que las escuelas serán el primer paso de la campaña de reforestación, mientras los expertos resuelven cómo superar los problemas legales sobre la propiedad de la tierra que hacen difícil la reforestación en Haití.

Si la gente no es dueña de la tierra y de los árboles, van a cortar los árboles tarde o temprano, me dijeron. En el pasado, ya se han realizado grandes campañas internacionales de plantación de árboles en Haití y han fracasado, precisamente porque la gente acabó cortando más árboles de los que se plantaron.

El experto en forestación de la FAO, Walter Kollert, me señaló que aumentar las zonas boscosas de Haití --que actualmente cubren sólo el dos por ciento del país-- a un diez por ciento del territorio exigirá plantar 220 millones de árboles.

“Si tuvieran un buen departamento de forestación, llevaría nada menos que 44 años forestar el diez por ciento del país”, dijo Kollert. “Eso te da una idea de la magnitud del problema”.

Mi opinión: La FAO merece un aplauso --y nuestros $5 para un árbol-- por su campaña, que pueden encontrar en www.fao.org . Pero deberíamos apuntar a un proyecto más ambicioso.

¿Por qué no pedirles a los más de un millón de haitianos que viven en el exterior que donen un árbol cada uno para Haití, como lo han hecho durante generaciones los judíos de todas partes del mundo para Israel?

El Fondo Nacional Judío, que ha plantado más de 240 millones de árboles en Israel, ofrece “Certificados de Árbol” para nacimientos, graduaciones, bodas, aniversarios y en recuerdo de los parientes fallecidos, para que la gente pueda donar un árbol para celebrar ocasiones especiales y honrar a sus seres queridos. ¿No sería una buena idea hacer lo mismo por Haití?

¿Y por qué no iniciar la campaña “Un árbol por turista” en Haití? Tan solo los cruceros de Royal Caribbean llevan anualmente 650 mil turistas a la costa norte de Haití, y la empresa ya está trabajando con el Banco Interamericano de Desarrollo para intentar maximizar el impacto económico de los visitantes mediante rutas turísticas a los sitios históricos del país. ¿Por qué no pedirle a cada uno de los turistas que deje un árbol en Haití?

Es cierto que sería irresponsable invertir cientos de millones de dólares para la reforestación de Haití antes de que los expertos resuelvan complejos problemas legales y técnicos. Pero también es cierto que si dejamos pasar más tiempo, el mundo se olvidará por completo de la tragedia del terremoto de Haití, y será cada vez más difícil conseguir los fondos para la reforestación del país. El momento para ser más ambiciosos es ahora.

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