martes, 11 de enero de 2011

Haití: la ayuda humanitaria internacional a examen


Aitor Zabalgogeazkoa - Política Exterior 139
Director general de Médicos Sin Fronteras.
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La falta de reacción eficaz a nivel político, la escasa experiencia y capacidad de algunas organizaciones, junto a los problemas de coordinación, ponen en cuestión todo el sistema de ayuda en Haití.
Cualquier situación, por mala que sea, es susceptible de empeorar. Esta ley parece ser una verdad incontestable en el caso de Haití. Antes del terremoto de enero de 2010, Haití no tenía una economía viable y soportaba un gobierno débil y una tutela internacional. Un año después, se arrastra a través de un periodo de reconstrucción lento donde los haya, unas elecciones cuestionadas y además se ve afectado por un brote de cólera inédito en el último siglo en el Caribe.
¿Cómo es posible que en el país de las ONG (hay más de 10.000), un país tutelado por las Naciones Unidas, se produzca una epidemia de cólera? Pongamos las cosas en su sitio: a nadie debe sorprenderle la evolución de la situación. La rápida y mortal propagación del cólera es solo un síntoma de una reconstrucción que no está dando sus frutos.

El punto de partida ya era desolador: antes del terremoto, sólo el 12 por cien de la población de Haití tenía acceso a agua tratada y sólo el 17 por cien a saneamiento adecuado. Después del terremoto, las cosas no han hecho más que empeorar. La mayoría de los campos de desplazados donde se amontona la población, así como los barrios marginales y periféricos de las ciudades, son el ambiente perfecto para una epidemia. Las condiciones para la expansión de enfermedades transmisibles, dada la falta de redes de saneamiento, de recogida de residuos y aguas residuales y de agua potable, a las que hay que sumar las lluvias torrenciales, son de manual.
Los primeros casos se detectaron entre los campesinos que se dedican al arroz, coincidiendo con el paso del huracánTomás y el periodo de incubación del cólera. Casi todos bebieron agua no tratada del río Artibonite o de canales donde la población hacía sus necesidades. Este brote es parte de una pandemia global que comenzó en Indonesia hace 49 años. El cólera se transmite a través del agua, de alimentos contaminados o de desechos humanos. El tratamiento es rápido y sencillo, a base de fluidos intravenosos, rehidratación oral y antibióticos. La población haitiana no tenía inmunidad ante el cólera dada la ausencia del vibrio en los últimos decenios. A primeros de diciembre, la cifra oficial del ministerio de la Salud Pública y la Población superaba los 1.800 muertos, de entre 80.000 casos de contagio.
Será difícil trazar cómo la bacteria llegó a Haití; ha podido ser una persona, comida contaminada o los tanques de un barco. Los epidemiólogos sopesan la posibilidad de que el brote se haya producido tras la llegada del contingente decascos azules de la ONU nepalíes. El origen de la epidemia es, en este punto, irrelevante, y solo una curiosidad epidemiológica: lo que es importante es que el cólera no se propaga de esta manera en un país con acceso a agua potable y donde la red de saneamiento es adecuada.
Todos estos datos mal explicados y peor digeridos son los que llevan a crear una verdad útil para atacar a las fuerzas de la Misión de Estabilización de la ONU en Haití (Minustah), percibidas por muchos haitianos como una fuerza de ocupación cara e inservible. Las palabras poco oportunas del propio presidente, René Préval, haciendo mención al origen extranjero e importado de la epidemia, en un intento de sacudirse de encima responsabilidades, tampoco han ayudado.
La declaración pública de epidemia es la primera dificultad que ha habido que superar, un problema político de primer orden tal y como se ha comprobado en otros grandes brotes, en Angola en 2006 y en Zimbabue en 2008. Es un problema de salud pública que deviene rápidamente en consecuencias para la economía, y en algunos casos para la estabilidad del país. En Zimbabue se convirtió en un arma para atacar al déspota Robert Mugabe. El caso es que los políticos se niegan a interpretar en forma de responsabilidad propia los datos ofrecidos por médicos y científicos. El caso de Préval y la ONU en Haití tampoco ha sido diferente.
El cólera ha revuelto los miedos más ancestrales de los haitianos de a pie y ha provocado una reacción de indignación e impotencia. Las protestas han sido instigadas y animadas por actores interesados en mantener el statu quo. En el caso de un Centro de Tratamiento de Cólera en la ciudad de Saint-Marc (Artibonite), la instalación fue boicoteada por una manifestación de estudiantes de un instituto colindante, estudiantes arengados con entusiasmo por el propietario de los terrenos, al que no le interesaba que sus propiedades fueran utilizadas para este fin. Dada la falta de experiencia sobre el cólera en las últimas décadas, es sencillo manipular prejuicios y creencias poco sólidas para que los estudiantes de secundaria incendien tiendas de campaña destinadas a acoger enfermos que no pueden ser tratados en el hospital, debido a la falta de espacio para organizar el circuito de aislamiento necesario, y también debido a la simple disponibilidad de camas.
Las manifestaciones, que no sólo se limitan a los enfrentamientos con las fuerzas de la Minustah, ya que hay grupos que apedrean autobuses con enfermos a su paso por los barrios hacia los hospitales, y atacan centros de tratamiento de cólera en la creencia de que son focos de contaminación u otras acusaciones peregrinas, son una expresión de la frustración por un proceso de reconstrucción desesperadamente lento, por el abandono del país por parte de las élites y del gobierno, en un territorio donde hay grupos sociales que recurren a la violencia con relativa facilidad.
Un año desde las promesas
La evolución de la situación haitiana durante el último año pone sobre la mesa las falsas promesas de acción ante una catástrofe natural. La imagen ha variado poco desde el 12 de enero. Solo una décima parte de los escombros de Puerto Príncipe han sido retirados. En la actualidad solo se ve a pequeños grupos de personas, por aquí y por allá, literalmente retirando escombros con las manos. Las víctimas de terremotos, a pesar de que en su mayoría son víctimas de la negligencia humana –debido a la construcción no adaptada para soportar temblores–, son víctimas idealizadas que remueven profundamente el resorte emocional y solidario de organizaciones, medios de comunicación y gobiernos.
Por desgracia, ante una catástrofe como esta, se hacen públicas promesas de ayudas y colaboraciones que luego no se cumplen. En Nicaragua y Honduras, donde en 1998 el huracán Mitch causó 10.000 muertos, dejó sin hogar a tres millones de personas, y provocó enormes pérdidas económicas estimadas en 10.000 millones de dólares, la ayuda prometida nunca se materializó. Diversos gobiernos prometieron más de 3.000 millones de dólares y el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea anunciaron 5.000 millones adicionales, pero menos de un tercio de este dinero logró recaudarse.
El gobierno iraní denunció que, un año después del terremoto de Bam (catástrofe que en 2003 costó la vida a 26.000 personas, hirió a otras 30.000 y dejó 80.000 damnificados), sólo se habían recibido 17 de los 1.000 millones de dólares comprometidos por la comunidad internacional al calor del desastre. A día de hoy es difícil hacer un seguimiento de las contribuciones que se materializaron. ¿Son estas ayudas parte de las ecuaciones de la realpolitik? Casi con toda seguridad, habrán entrado en una ecuación en la que también se negocia su programa nuclear, su comportamiento respecto a los derechos humanos o cualesquiera que sean las propuestas más problemáticas de Teherán para la comunidad internacional.
En Haití, la evaluación de daños materiales provocados por el terremoto oscila entre los 8.000 y los 14.000 millones de dólares, al menos un 120 por cien del PIB del país. En Puerto Príncipe, donde se concentraba el 65 por cien de la actividad económica, el temblor destruyó 100.000 edificios, entre ellos 1.300 escuelas y 50 hospitales y centros de salud.
Tras las primeras promesas de los donantes a mediados de marzo de 2010, de aportar 3.800 millones de dólares para necesidades prioritarias a 18 meses vista, la ONU alertó de que al menos serán necesarios 11.500 millones para financiar la reconstrucción en las próximas dos décadas. A finales de ese mes, la Conferencia de Donantes anunció compromisos por valor de 9.900 millones, de los cuales 5.300 se desembolsarían en teoría en los dos próximos años. Ya en septiembre empezó a quedar claro que las promesas tardarán en cumplirse: para entonces, la ONU lamentaba no haber recibido ni el 20 por cien de la ayuda prometida para 2010.
Hasta la fecha, han sido desembolsados y utilizados menos de 1.000 millones de dólares. Las razones argumentadas son varias. La corrupción es rampante. La falta de terrenos públicos y de garantías debido a la desaparición de archivos de propiedad dificulta incluso las más modestas tareas de reconstrucción. La élite haitiana continúa gobernando a distancia el país, escondida tras la fachada de un gobierno democrático pero inefectivo, y sigue con su vida en Nueva York o Miami. Estas élites son las dueñas de la tierra en la cual se podrían reconstruir las viviendas para el millón de personas que sigue viviendo bajo plásticos. La comunidad internacional considera a Préval completamente incapaz de liderar la reconstrucción, y por tanto ha esperado a las elecciones del 28 de noviembre para maniobrar con los fondos. Tampoco debemos olvidar que el margen de maniobra del gobierno haitiano es limitado en un país que de facto ha sido gobernado como una colonia por la ONU y Estados Unidos en los últimos 20 años. En este ambiente se entiende que hay pocos incentivos para medir el progreso o la efectividad de las operaciones de ayuda.
Papel limitado de la ayuda
La atención médica inmediata después del terremoto o la instalación de refugio provisional han cumplido su labor, pero las necesidades posteriores, íntimamente ligadas con la situación previa al desastre, no se han solucionado. Gobiernos, comunidad internacional, medios de comunicación y organizaciones no gubernamentales hacen un flaco favor a las poblaciones envueltas en crisis humanitarias y a su propia credibilidad mezclando churras con merinas. La ayuda humanitaria tiene un alcance necesariamente limitado y debe ser reemplazada por planes serios, políticas firmes y fondos efectivos destinados a la reconstrucción y rehabilitación.
En el calor de la tragedia, los ciudadanos raramente identifican por separado los fondos destinados a mantener viva una población en las semanas siguientes, de los fondos destinados a reconstruir un país. Un error extendido es hacer creer que las ONG internacionales o el tejido social haitiano –por cierto hacendoso y vibrante– por sí solos son capaces de levantar un país postrado como Haití. La reconstrucción precisa de un liderazgo fuerte y bien dirigido, con propuestas claras orientadas a reorganizar la cuasi inexistente economía. El tejido social en sí mismo es insuficiente.
La ausencia de un plan de acción coherente y efectivo, meses después del terremoto, sí que es preocupante. ¿Es la ayuda internacional actual la respuesta adecuada para las realidades sociales económicas y políticas del país? ¿Era el sistema capaz de ofrecer la ayuda adecuada? Las autoridades, en teoría soberanas, ya tenían poco margen de acción antes del terremoto, y una reducida capacidad para absorber los fondos después del mismo. Por el contrario, los actores foráneos, como EE UU, la ONU y Brasil, tenían recursos a su disposición, pero no la soberanía, elemento indispensable para transformar los recursos en ayuda efectiva para la reconstrucción.
Otro elemento a revisar es el sistema de coordinación. Cuando hay más de 250 organizaciones que pretenden trabajar solo en el sector salud, la coordinación de tareas se vuelve casi imposible. Muchas iniciativas ni tienen la experiencia ni la capacidad ni los recursos adecuados para enfrentarse a las acciones precisas. Sostener y gestionar de manera eficiente un hospital de 200 camas no es una tarea que se pueda llevar a cabo solo con buena voluntad. Tareas en apariencia más sencillas, como vacunar o sostener programas de atención básica, se encuentran con numerosas dificultades prácticas que solventar en el día a día, sobre todo en un contexto complejo como el haitiano.
Médicos Sin Fronteras expuso en su informe de balance en julio de 2010 que “el esfuerzo humanitario en su conjunto ha conseguido mantener con vida a muchas personas, pero hoy, seis meses después, las principales causas de sufrimiento de las víctimas siguen sin respuesta. La atención médica a la mayor parte de los damnificados ha mejorado, y ha llegado incluso a muchas personas sin recursos que antes del terremoto no tenían acceso al sistema de salud. Pero esta situación no podrá mantenerse sin un compromiso financiero internacional sostenido, que vele además por la calidad de la ayuda. Dada la lentitud de la reconstrucción, y con la estación de lluvias agravando la situación de los desplazados, la necesidad más urgente es proporcionarles refugio: más de un millón de personas siguen malviviendo hoy bajo las lonas, y sin expectativas de mejora. Los haitianos más pobres están acostumbrados a vivir con recursos muy limitados, pero percibimos un ambiente de creciente frustración y rabia ya que, desde el terremoto, muy poco ha cambiado en sus condiciones de vida”.
Y también todos los actores conocíamos ya entonces las deficientes condiciones ambientales, y los grandes retos que no estaban encontrando respuesta en el marco general de la ayuda y la reconstrucción. El único vertedero de la ciudad está desbordado y la temporada de lluvias agravó los problemas de acceso y la contaminación, pero el gobierno sigue renqueando en la búsqueda de un nuevo emplazamiento. Urge también el vaciado regular de letrinas, ya que grandes áreas de la ciudad están a nivel del mar. Pero esto tampoco se hace. En los campos, la falta de saneamiento aumenta las probabilidades de que las fuertes lluvias arrastren las aguas residuales hacia las zonas habitadas. Estas conclusiones estaban presentes en todos los informes difundidos con motivo de los seis meses del terremoto, que dibujaban un preocupante escenario de responsabilidades sin asumir.
¿Eran las organizaciones sociales capaces de proveer la ayuda adecuada? ¿Se hicieron esta pregunta las ONG hoy presentes en el país, antes de recaudar los fondos para Haití? Muchas de ellas reconocen que han sido incapaces de invertir los fondos debido a la falta de espacio para construir, y de planes y orientaciones claros. La falta de reacción eficaz ante estos problemas y la falta de transparencia con los afectados y los donantes ante las dificultades propias, algunas de ellas legítimas y entendibles, no hacen más que aumentar la desconfianza hacia las organizaciones internacionales y la gestión de la ONU, y ponen en cuestión todo el sistema de ayuda. Esta sigue siendo inadecuada e insuficiente.
Mientras, el largo proceso electoral no puede ser excusa para no tomar decisiones y pasar a la acción. Las prioridades están claras: acceso a agua potable que la mayoría pueda pagar o permitirse, medidas para mejorar el saneamiento a corto plazo, e iniciativas que permitan reconstruir la capital, origen de la mayor proporción de la actividad económica del país.

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