domingo, 14 de febrero de 2010

"El betadine era como el champán"

De Gran Canaria a Puerto Príncipe, Miguel Florido vivió las dos caras de la tragedia haitiana

José Luis Cámara
Santa Cruz de Tenerife
DIARIO DE AVISOS

El médico grancanario Miguel Florido nunca había tenido experiencia en cooperación ni había trabajado en otros países. Sin embargo, cuando vio por televisión las imágenes que llegaban desde Haití, decidió que debía viajar hasta el país caribeño y poner sus conocimientos al servicio de los miles de damnificados por el seísmo.

Después de preguntar en varias ONG y organismos internacionales sin que le diera una respuesta, Mensajeros por la Paz e Infancia sin Fronteras lo ubicaron a última hora en una expedición que salió de Madrid el martes 26 de enero. "Me iba de vacaciones unos días a Londres y ya tenía el billete comprado. Pero pensé que hacían falta médicos con experiencia en Urgencias, con disponibilidad y ganas. Pensé que podía hacer algo útil, echar una mano", confiesa a DIARIO DE AVISOS.

Tras aterrizar en Santo Domingo, el grupo contactó con Alejandro, un español que realizaba viajes turísticos en avioneta. "Se ofreció a llevarnos hasta Haití", expone Miguel, quien recuerda que "tuvo que hacer tres viajes, para llevarnos a los ocho y el cargamento de medicinas que portábamos". Él esperó al último trayecto, unas 24 horas después, tiempo en el que estuvo ayudando en un hogar de acogida infantil, donde residían niños huérfanos víctimas del terremoto. "Ya empezamos a ver cosas tremendas, como tres niños en la misma camilla".
Después de esta primera toma de contacto, el médico grancanario y sus compañeros fueron derivados por los equipos de coordinación de la ONU hasta la ciudad de Les Cayes, a unos 100 kilómetros de Puerto Príncipe. "Era una zona necesitada donde estaban trasladando heridos, y donde tenían previsto establecer un punto de atención sanitaria y un campamento de refugiados. Nosotros trabajamos en el Hospital de la Inmaculada Concepción", agrega. A pesar de que habían pasado ya más de dos semanas después de la tragedia, Miguel Florido explica que "la situación todavía era un caos". "Sólo había tres quirófanos operativos. No había medicinas, ni material médico, ni oxígeno, nada. El betadine era como el champán. Te encontrabas gallinas dentro de las salas, y había una masificación tremenda", denota el facultativo canario, quien espeta que "si el hospital tenía capacidad para unas 150 personas, allí podía haber más de un millar". "Llegamos a ver casos de muertos por un simple tétano o por ataques de asma. Además, a veces se iba la luz, había cortocircuitos. Al principio incluso tuvimos que limpiar el hospital y ordenarlo, porque todo estaba patas arriba", arguye.

Por su perfil y sus conocimientos, Miguel se dedicó fundamentalmente a tratar niños. "El número de niños sin familia y en estado crítico, era muy alto. Muchos se han quedado huérfanos, y no me extraña que hubiera personas que estuvieran intentando aprovecharse de esto para sacarlos del país", incide el facultativo grancanario, quien confiesa que, durante la semana que estuvo en Haití apenas descansó, ya que las jornadas de trabajo duraban entre 12 y 14 horas.

Desorganización

"En cuanto veían a un blanco con material médico, se lanzaban hacia él, porque lo veían como un salvador", reitera Miguel Florido, quien no obstante explica que "tuvimos poca aceptación por parte de los equipos médicos locales, que estaba muy desorganizados y tampoco tenían una motivación muy alta; por eso, cuando llegamos al hospital y empezó a correrse la voz de que estábamos nosotros allí, inmediatamente empezaron a derivarnos pacientes". En su opinión, la mala organización y el caos sanitario que se percibe es "desesperante". "Cuando nosotros llegamos acababa de llegar la ayuda humanitaria y se estaban retirando ya los equipos de rescate. Había gran cantidad de material, pero no había una distribución diligente que asegurara que ese material iba a ser utilizado por personal cualificado". "Percibías que todo el trabajo que habías hecho no lo iba a continuar nadie, y que pacientes a los que habías salvado quedaban desasistidos y nadie nos garantizaba que pudieran continuar con vida", recalca Miguel, quien afirma que, independientemente de las consecuencias del terremoto, Haití ya tenía un sistema de salud muy precario, que ahora habría que reforzar".

Pequeños milagros

Pese a que apenas estuvo unos días, el médico canario pudo vivir las dos caras del seísmo. Por un lado, la más amable, personificada en Sinaidí, un niño de apenas 6 años al que salvaron la vida tras llevar más de 15 días con una fractura de tibia sin curar. "Dormía debajo de una camilla. Le encontré de casualidad haciendo una revisión por las plantas. Le habían puesto una venda y se le había infectado, tenía la pierna podrida. Le operamos y pudimos salvarle. Luego le llevé al hogar de acogida de las monjas de la Madre Teresa de Calcuta y pudo dormir en una cama", explica Miguel, quien destacar la labor de las monjas, que "dan esperanza y futuro a los más pequeños". Desgraciadamente, por cada vida salvada, se iban otras muchas. "Veíamos muertes a diario, decenas de amputaciones; era algo impresionante. Ayudé a morir a una joven. La limpiamos, la cuidamos, murió calmada, tranquila, consciente, en paz y sin dolor", dice amargamente el médico grancanario, quien reconoce que hubo días que estuve colapsado emocionalmente, pero tenías que ser fuerte. Ahora sólo quiero trabajar para no tener que pensar", espeta Miguel. Como tantos otros médicos y cooperantes que estuvieron en Haití, él prefiere quedarse con lo positivo, "con la satisfacción de todas las operaciones que hicimos, de todo el bien que intentamos hacer". "Me traje el recuerdo de los pacientes que curé, los que ayudé a mitigar su dolor y a morir. Una sonrisa de un niño o un paciente que mejora compensa todo. Te dices a ti mismo: valió la pena el esfuerzo".

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