domingo, 14 de febrero de 2010

HAITÍ, UN MES DESPUÉS DE LA TRAGEDIA > LA LUCHA POR LA SUPERVIVENCIA

Gotas de vida en un océano de muerte
El médico tinerfeño Miguel Bethencourt relata lo que fue para él la experiencia más dura de su vida

MIGUEL ASISTIÓ, ENTRE OTROS, A PERSONAS CON GRAVES QUEMADURAS. / M. B.

José Luis Cámara
Santa Cruz de Tenerife
DIARIO DE AVISOS
Después de tres años trabajando en una UCI móvil y un helicóptero de Emergencias en Barcelona, el médico tinerfeño Rafael Bethencourt pensó que, en lo que a urgencias sanitarias se refiere, poco podía sorprenderle ya. Nada más lejos de la realidad. Su reciente paso por Haití le demostró que aún podía vivir experiencias mucho más terribles, como los cientos de historias de dolor y desesperación que dejó el terremoto que azotó el país caribeño el pasado 12 de enero.

Rafael partió hacia Puerto Príncipe apenas dos días después de la tragedia, junto al resto del contingente asistencial desplegado por la Agencia Española de Cooperación. Durante más de una semana, trabajó en el Hospital Universitario de la Paz de Puerto Príncipe, situado en una de las zonas más pobres y afectadas por el seísmo. A pesar de acumular más de siete años como profesional médico, y de haber realizado colaboraciones en países como Mauritania y Cuba, el facultativo canario confiesa que ésta fue la "experiencia más dura de toda mi vida".


"El primer día es el que más te sorprende todo y más desubicado te encuentras, porque el país era un caos", relata a DIARIO DE AVISOS. "Una vez que te ibas internando en la ciudad, era más intenso el olor a basura, a putrefacción y a muerte", incide Rafael Bethencourt, quien confiesa que vio varias decenas de cadáveres tirados por las calles.

"Cuando llegamos al hospital nos dimos cuenta que la segunda planta no estaba operativa, porque no era segura. La entrada estaba totalmente colapsada por personas que necesitaban ser atendidas, algo que para mí fue aterrador, porque nunca había visto tanta gente agolpada a las puertas de un hospital, con quejidos y lloros por todas partes", agrega Rafael, quien afirma que incluso había gente que había sido atendida, que estaba tirada a las puertas del hospital, con el suero colgando, a la espera de que llegaran más médicos y continuaran atendiéndolos.

"Vi cosas que difícilmente vuelva a ver", denota el médico tinerfeño, quien insiste en que "fue la situación más complicada que he vivido". "El día a día aquí es difícil, porque se trabaja con mucho accidentado, en situaciones de riesgo y en plena calle, pero en Haití viví experiencias brutales". Para empezar, Rafael arribó a un hospital donde no había luz, ni agua, ni oxígeno, ni analíticas ni rayos. Ello obligó a catalogar a muchos pacientes terminales como ’azules’ (en otras catástrofes a estos pacientes se les denomina ’negros’; pero allí, por respeto a su color de piel, se les llamó azules), personas que, en cualquier otra situación, quizá se podrían haber tratado, pero que, dadas las circunstancias, "la única ayuda que podían recibir era calmarles el dolor, para que su muerte fuera lo más confortable posible en ese entorno".

"Conseguir salvar una vida, en esas condiciones, era muy gratificante, aunque creo que ni siquiera se puede hablar de salvar vidas, porque no sabemos cómo quedaron muchos de aquellos pacientes que nosotros sustentamos", explica Rafael Bethencourt, quien reconoce que "cuando vas a un sitio así, tienes la sensación de no haber podido ayudar a tanta gente como hubieras querido, sobre todo por la falta de medios que hay". "Por ejemplo, el primer día se nos murió una niña de 9 meses por una crisis asmática, sólo porque no teníamos oxígeno, cuando aquí nos sobra", asevera el médico canario.

Junto a episodios dramáticos, sin embargo, Rafael también vivió momentos de enorme satisfacción. Uno de los que recuerda con más emoción fue el rescate de Estéfani, una niña haitiana de 14 años con déficit mental que estuvo casi 8 días enterrada entre los escombros de su casa. Su familia la había dado por muerta. Su tío se dio cuenta de que le faltaba el pasaporte para poder viajar a Santo Domingo. Para intentar recuperarlo, regresó a lo que quedaba de su vivienda; estando allí, oyó los lamentos de la niña, a la que rescataron los equipos del SUMMA madrileño con ayuda de militares de la UME. "Estaba viva, sin ningún tipo de lesión, aunque deshidratada y con un shock traumático. Estuvo un día entero sin hablar, pero luego sí empezó a comunicarse, lo que causó una enorme expectación y satisfacción en todo el mundo", relata Rafael. Él, junto a otros médicos españoles, también se convirtió en una especie de héroe cuando logró sacar adelante tres partos. "Las mujeres se pusieron a chillar y cantar dando gracias, y fue un día muy gratificante", subraya.

Del caos inicial, la ayuda humanitaria internacional permitió que, en hospitales como el de La Paz se consiguiese establecer un cierto orden, "aunque el goteo de pacientes siempre era continuo". "Pero, con el paso de los días, logramos incluso empezar a derivar personas, aunque por ejemplo tardamos casi una semana en conseguir que un gran quemado fuera trasladado en helicóptero al portaaviones norteamericano, que funcionaba como buque-hospital", recuerda el facultativo tinerfeño.

De su paso por Haití, Rafael se queda con el trabajo realizado, la actitud agradecida de la población y también con los días de convivencia con el resto de equipos que viajaron hasta el país caribeño para ayudar a los damnificados por el seísmo. Sin ellos, estos ’ángeles de la guarda’ llegados desde distintos puntos del planeta, muchos haitianos no habrían sobrevivido a una tragedia que quedará para siempre en la mente de todos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario